El deseo de la eterna juventud, antigua temática del cine y la literatura, vuelve a ser tratado en la pantalla grande con la película «The substance» («La sustancia»). Los paralelismos son innegables para los cinéfilos. Atentos: spoiler alert.
The substance (La sustancia) es la nueva película de la directora francesa Coralie Fargeat (conocida por su película Revenge, disponible en Netflix) interpretada por una extraordinaria Demi Moore y una exquisita Margaret Qualley, quienes abordan la antigua temática de la eterna juventud . Ovacionada en el Festival de Cannes, ganó el premio a mejor guion, entre otras nominaciones.
El filme comienza con Elisabeth Sparkle – Demi Moore- (en inglés, “spark” es “chispa, destello, brillo”, detalle no menor para el nombre de este personaje exitoso y resplandeciente), dando una clase de aeróbica que remonta a los tiempos de Jane Fonda.
En el día de su cumpleaños, su número 50, se entera que su productor, Harvey (Dennis Quaid) quiere despedirla.
Un dato de color: la alfombra y el pasillo principal de dicho estudio de televisión tienen las mismas tonalidades y patrones que el Hotel Overlook de ni más ni menos que el filme “El resplandor”, de Stanley Kubrick.
De este modo, ya en los primeros minutos de película el espectador cinéfilo puede detectar referencias a otras filmografías.
Demasiado añosa para la televisión
En un almuerzo revestido de falsa empatía y estima, Harvey no sabe cómo explicarle a Elisabeth que ya no es rentable para el show, que ha envejecido y “bueno, ya sabes…”, balbucea mientras zarandea un camarón que claramente hace alusión al cuerpo de la estrella que comienza a reblandecerse. Su tiempo ha terminado.
Devastada, camino a casa, ve a unos obreros quitar el cartel con su cara de los avisos de la vía pública y lee en el diario que la compañía ya está buscándole reemplazo.
Una columna perfecta para la inyección
De repente, llega a sus manos un pendrive con la publicidad de un producto llamado “la sustancia”: una inyección en su ADN que le permitirá liberar una versión “más joven, más hermosa y más perfecta” de ella misma.
Tras inyectársela, una despampanante Sue (Margaret Qualley), la versión juvenil de Elisabeth, se apersona.
Sue, delgada, de piel lisa y blanca como el marfil sin imperfección alguna; de labios carnosos, busto erguido, estómago plano y glúteos perfectos, entra en escena completamente desnuda mientras toca su perfecto rostro, sin poder creer lo que ha sucedido.
La versión “más joven, más hermosa y más perfecta” ha finalmente surgido.
Mas las reglas son claras: a los siete días de haber cambiado de cuerpo, debe volver a la versión anterior, sin excepciones.
Dorian Gray entra en escena
Si bien el asunto del deseo por la juventud eterna ha sido ya tratado en innumerables cintas, si se ha leído o se está familiarizado con la novela de Oscar Wilde, “El retrato de Dorian Gray”, es posible identificar su marcada presencia a lo largo del filme.
Al igual que Dorian, el joven hermoso retratado por el pintor Basil, Elisabeth tiene un cuadro gigante de ella misma en el living de su lujoso departamento.
En un ataque de ira, arroja un vaso a la pintura y triza su ojo, dando así comienzo a su propia decadencia y destrucción, tal y como el cuadro de Dorian, el cual se afeaba con cada acción inmoral y cruel que él cometía.
Sue, la versión joven de Elisabeth, (aunque en realidad “you are one”, “ustedes son UNA”, recuerda siempre el proveedor de la sustancia) es ahora la nueva estrella del ex programa de Elisabeth.
En un intento de empezar de cero, la jovencita esconde la ropa y las pertenencias de su versión adulta en cajas, modifica el departamento a su antojo y, claro está, quita el cuadro de la anterior y lo reemplaza por uno suyo: todo lo viejo y obsoleto debe ser escondido y desechado.
Asimismo, Dorian Gray opta por esconder su lienzo en el sótano de su casa y se niega a exhibirlo al público. La vejez y la fealdad deben ser ocultadas. La referencia novela-película es ineludible.
El balance debe ser respetado, sin excepciones
Al comienzo todo marchaba bien, hasta que Sue incumple las reglas y no respeta el balance de los siete días.
La adrenalina de su juventud, de las fiestas, de su belleza imponente y del éxito rotundo que está teniendo como estrella en el show le es imposible de abandonar, al igual que Dorian, quien luego de esconder el cuadro, disfruta de los goces y de los placeres de la vida sin moral, ética o escrúpulo alguno.
El desbalance desmedido provoca que el cuerpo de Elisabeth se deteriore y envejezca de forma brutal.
Sue no mide consecuencias, se encuentra inmersa en una vorágine de victoria y hedonismo de la cual es imposible salir. “Yo allí dentro no puedo volver”, exclama en un momento.
Mantenerse joven y hermosa pasa a ser una adicción incontrolable.
Es entonces cuando Elisabeth, completamente avejentada, desea finalizar con el experimento y, al momento de aplicar la inyección final a Sue, al verse tan bella y tan joven, cambia de opinión y la revive. «Te necesito», le confiesa.
Se desata entonces una feroz batalla entre las dos mujeres y Sue aniquila salvajemente a su compañera, golpéandola, es decir, golpéandose, salvajemente.
Ese cuerpo inerte, envejecido, arrugado, encorvado y monstruoso debe ser aniquilado.
El odio visceral a su versión anciana sale por sus poros en cada patada que le proporciona; similar a la situación de Dorian, quien, al final de la novela, al verse tan pavoroso en el cuadro, apuñala el mismo y por ende se acribilla a sí mismo, claro.
En el día más importante de la carrera de Sue, la noche de Año Nuevo, al haber matado a su principal fuente de alimentación, su cuerpo joven comienza a caerse a pedazos, por lo que vuelve a su casa y se inyecta la sustancia una vez más, lo que estaba prohibido por reglamento.
Elisasue, el monstruo
La versión “mejorada” de Sue es un monstruo amorfo, un engendro deforme, desfigurado, completamente grotesco, con la cara de Elisabeth en la espalda: “un Picasso de las expectativas masculinas”, tal y como lo define la directora del filme.
Elisasue, como se llama a esta tercera versión de sí misma, vuelve al show para que la quieran tal y como es (lo que en el fondo Elisabeth siempre anheló).
No obstante, es obviamente rechazada, burlada y humillada frente a cientos de espectadores.
Al igual que Carrie White (el personaje de la novela Carrie, de Stephen King, llevado al cine por el gran Brian de Palma), quien fue asimismo denigrada, embaucada y bañada en sangre de cerdo por sus compañeros del colegio, Elisasue remoja y horroriza a todo el público en su propia sangre.
Spoiler alert
(Si no querés saber el final, acá podés dejar la lectura, estás en aviso).
La escena final nos encuentra con lo poco que queda de Elisabeth (su rostro en forma de medusa) arrastrándose a su estrella en el paseo de la fama en Los Ángeles, en un intento desesperado de saborear un último momento de gloria y reconocimiento, para finalmente terminar siendo aspirada por un limpiador de la calle.
Nada queda de Elisabeth, absolutamente nada, a diferencia de Dorian, de quien al menos se puede reconocer su arrugado cuerpo por sus anillos.
El precio a pagar por la eterna juventud pareciera no tener ni límite ni consecuencia alguna.
Todo es válido en la carrera contra el tiempo, la cual ningún personaje ficticio ni cirujano actual hasta ahora ha podido ganar.
El reloj no se detiene por nada ni nadie.
*Bárbara Beatriz Caoa Goudailliez, Profesora y Licenciada en Lengua y Literaturas Modernas, FFyL, UNCuyo.