Diario Luján propuso conmemorar el lunes a la mitología argentina y cuyana. Ayer fue el día de Todos los Santos y en su honor, compartimos «La fiesta de San Roque», una historia de Luján redactada por Enrique Marianetti en el libro «Historia de Luján por lujaninos, vol. I» de Rosa Ruiz Huidobro, a quien agradecemos su especial colaboración.
La fiesta de San Roque
Dr. Enrique Marianetti
En mi viaje a Italia, en 2002 en encuentro a mis raíces, me dirigí a los Abruzos, amplia región central de cuatro provincias, bellísimo paisaje montañoso pletórico de robles, acacias, castillos y castaños, colorido y ondulante, sembrado de pueblitos con tejados rojos, asentados a distintos niveles sobre la cadena de los Apeninos. Allí volví a gozar de inmediato, del dialecto de mis abuelos paternos, de sus acendradas costumbres cristianas y de su contundente cocina y me volvieron a la memoria, en ese instante, los gratos momentos pasados en el regazo de mi abuela, que me contaba la vida de los santos y al rezar hablaba con ellos como si fueran parientes cercanos.
Al despuntar el siglo, miles de inmigrantes llegaron a Argentina, entre ellos los italianos.
Los de mi familia se asentaron en Mendoza. Algunos en San Rafael. Otros, en Las Heras y la Villanueva. La mayoría en Luján de Cuyo, dedicándose, como verdaderos creadores, al cultivo de la tierra a plantar viñedos y frutales, olivos y nogales, esforzándose por traer a Mendoza el paisaje de sus lugares de origen, fundando la industria vitivinícola. Por ello, al llegar al pueblito de Morino me sentí como en casa. En su cementerio estaban las tumbas de ancestros desde el siglo XI. Quedé atónito al ver la casa, todavía en pie, de mis tatarabuelos. No resistí la tentación de entrar en ella para nutrirme de su atmósfera. El cuadro que tengo en casa en lugar preferencial testimonia ese momento, cargado de vivencias y de duendes…
También trajeron los abruceses sus costumbres, a las que le fueron fieles hasta su desaparición física, entre ellas el hondo sentimiento religioso. Cada zona de Italia tiene devotos de un determinado santo.
En los abruzos hay devotos de la Virgen Niña, de la Virgen del Buen Consejo y de San Roque.
A la entrada de cada pueblito, en un lugar siempre destacado, en una enorme plancha de mármol de Carrara, figuran los nombres y apellidos de los habitantes del lugar mártires de la guera. Allí me pareció estar leyendo la guía telefónica de Luján de Cuyo. Los Giovarruscio, Ianardi, Di Césare, Di Doménico, D’Innocenzo, Balzarelli, Baccarelli, Bonanno, Castronuovo, Ceschin, Cicchinelli, Collovati, Orsini, Caggiatti, Ingrassia, Marianetti, abundan como tantos otros que conservan allá sus lejanos orígenes. Otro motivo más para sentirme en mi hogar.
El 16 de agosto es el día de San Roque. Aquí se lo festeja igual que en el terruño. Mi abuelo José, que también había sido presidente de la Sociedad Italiana de Luján, formaba parte, junto a Antonio y Pascual Federicci y a Vicente Casciola, de la Comisión de Festejos del Santo.. Muy temprano a la mañana, comenzaba a prepararse, en los alrededores de la plaza departamental, el festejo central. El programa incluía la solemne misa, luego de la cual se hacía la procesión de unas pocas cuadras encabezada por la imagen del santo, acompañada por otras venerables imágenes o por la misma Virgen de Luján. Después se disparaban bombas de estruendo y, como gran final, un almuerzo al que concurrían los integrantes de la colectividad, pero no era excluyente, porque también asistían al festejo los integrantes de otras colectividades, como la gente de la Sociedad Española y Libanesa.
Durante la preparación mi abuelo era asistido por una serie de coevos, que, por lo general, eran los músicos de la orquesta de vientos siempre presentes en los eventos. Don Angelo Cuoghi, sastre petiso y regordete, de cabellos y bigote blanco, tipo manubrio, erguido mediante cerote, era su principal lugarteniente.
Los bombazos eran tremendos, especialmente el último, que, además de aflojar alguna baldosa, pudo haber trizado ventanales y también relajado esfínteres de algún desprevenido.
La comilona tenía sede, alternadamente o en lo de los Federicci o en lo de los Casciola, donde sus esforzadas mujeres cocinaban tallarines y otras pastas y las servían calientes para ese enorme número de comensales. Y nunca faltaba, a los postres, el espectáculo de enorme esfuerzo del tenor peluquero Illuminato Mácola, que, recién comido, en puntas de pie interpretaba “a capella”, algún aria o canzoneta, aplaudida a rabiar por los rubicundos y entusiastas comensales.
Volvamos a los preparativos. Idas y venidas hacia el interior del templo, para organizar la salida de las imágenes en orden. Parado sobre la vereda, la imponente humanidad de mi abuelo controlaba todos los movimientos. Se le acercó Don Angelo, diciéndole: “Don José, tenemos un problema”.
“¿De qué se trata?, respondió el nonno. Por respuesta obtuvo un “Venga para acá. Mire”.
Una vez dentro del templo, mi abuelo alzó la vista. Una gran imagen representaba una figura humana con una larga barba bífida. Su atuendo incluía una especie de capucha que casi le cubría el rostro.
“¿No sabe quién es, Don José?”. “Para mí, no es ni San José ni San Pablo”. “Usted… ¿qué dice…?”
Aplomado, mi abuelo seguía mirando atentamente los detalles. Hubo unos instantes de intenso silencio y de pronto, como suspirando, espetó: “¡Má, si está en la iglesia, debe ser cristiano, sacálo nomás!”
Después se supo que se trataba de la imagen de San Juan Marón, que los fieles libaneses maronitas habían hecho traer desde su tierra.
Quizá un nimio detalle, una vivencia, al fin. Memoria viva de quien participó muchas veces de esta sana alegría y de este pristino orgullo de un Luján antiguo y atesorado. De esta particular manifestación de humanidad que no debiera morir nunca, como la música sublime o las páginas de un buen libro.
Fuente: Marianetti, Benito, «La fiesta de San Roque», en Ruiz Huidobro, «Historia de Luján por lujaninos», volumen 1, Ed. Zeta Editores, Mendoza, 2008.
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