Sueños de campeón: el río y el kayak, las pasiones de Valentín Betancourt. Miembro de una familia vinculada a este deporte de río, quedó segundo en una competencia en España.
Valentín (16) es el mayor de tres hermanos, y el año pasado decidió dejar de ser medio-scrum del equipo juvenil del Liceo Rugby Club para dedicarse tiempo completo a su otra pasión: el kayak. “El río me divierte…”, confiesa con un tono de voz cuyos agudos también parecen luchar contracorriente.
Entiende los riesgos de la actividad que practica, él es un deportista “extremo”. Hace algunas semanas regresó de Europa, donde -junto a su papá- realizó una pequeña gira deportiva por Francia y España; en Cataluña (en Sort), subió al segundo lugar del podio en una fecha de la Copa del Mundo de freestyle.
“Es bueno poder conocer las olas antes de la competencia, poder entrenar allí”, cuenta como adelantándose en el tiempo. El año que viene, en en el mismo lugar, se celebrará el campeonato Mundial y el alumno de 4° año del Colegio Padre Valentín Bonetti quiere estar allí. Perfeccionar su coreografía de giros y luchar por el título.
Lazos de familia
Con su papá Fernando, Valentín comparte más que el apellido Betancourt, la estatura o las horas ensayando un rol en un pequeño remanso en el río Mendoza, camino a Cacheuta. A su manera, a los 16 años también él es un pionero. Su apellido está ligado a la tradición de domar la corriente; pasión familiar que se despertó a fines de los ‘80.
“Generalmente, los fines de semana está toda la familia junta. Mis primos vienen a las cabañas con nosotros y pasamos casi todo el día jugando con el kayak, entrenando y tratando de hacer los trucos que vemos por video”, confiesa el adolescente que también aprende cómo guiar una balsa de rafting.
“También vienen con nosotros muchos amigos, los chicos que están en la escuelita de kayak. Lo pasamos muy bien en el río o en la pileta, que es donde empezamos a practicar los trucos y rutinas que haremos después en las olas. Casi siempre nos están controlando mi papá o también mis tíos”, sostiene Valentín.
Las aguas bajan calmas
“Perdón por la demora, estaba haciendo una bajada de rafting”, comenta -casi como al pasar- con un tono amable. Nadie sospecha que aquel chico -algo tímido- que está bajando de la balsa quedó a un paso del podio en Millau, Francia. “Hace frío”, dice por reflejo como para cortar el silencio del sábado a mediodía.
Todo ha vuelto a la normalidad, a encauzarse en la rutina. Valentín cambió la adrenalina deportiva que saboreó en el viejo continente por la reposada siesta cordillerana. El placer de viajar, por las responsabilidades en la empresa familiar, con el ponerse al día con el colegio o los partidos de ping-pong con sus afectos.
“Dejé de jugar al rugby a los 15 años por una fractura (se ríe), me gustaba tacklear pero también se me caían algunas pelotas para adelante. Principalmente dejé el club porque quería mejorar en el kayak; me propuse entrenar mejor el año pasado para el mundial de freestyle en el dique Ullum, en San Juan”, cuenta.
La noche boca arriba
El programa fue estudiado una y otra vez; Valentín y su papá Fernando planearon la logística del viaje; un recorrido que para ambos sería de aprendizaje. Hoteles, traslados y por qué no, por lo agreste de la geografía francesa alguna noche en carpa, al igual que todos los competidores. Y esa noche fue distinta, no por el cielo que cae pesadamente azul, sino por una conversación larga, por un sueño profundo.
“Me gustaría estar entre los mejores del mundo”, se había repetido una y otra vez Valentín como un acto de fe. Y una semana después, con el segundo puesto logrado en la ola de Sort, todo sería distinto; no porque viajó en andas de su padre, o porque el festejo fue tan inmenso a la distancia como privado, sino porque el lujanino se animaba a pensar en grande: “Me gustaría ganar el mundial el año que viene”.
Han pasado dos semanas de aquel momento, Valentín volvió a tomar el control de su rutina. “Me gusta el reggaetón, viajar y conocer lugares. Con mis hermanos me llevo bien, también con mis primos; entrenamos juntos en kayak, jugamos al ping pong y salimos a correr”, relata. Y más relajado, confiesa su amor: “A mí el agua me gusta, me relaja”.
Fuente: Diario Los Andes